Para quienes hacen la Novena de Navidad en Familia o en escenarios publicos les recomendamos tomar la Nueva Novena de Navidad del escritor moniquireño Jairo Anoibal Niño.
La intención de reproducir casi completa esta hermosa obra, obedece a una pequeña ofrenda a la Navidad, por significar tanto para tantos, por ofrecernos como mínimo un instante en el año para reflexionar sobre nuestra escencia... y para permitir que quien esto lea, no importa su credo, también así lo experimente... !Feliz Navidad! y que el próximo año, lleno de promesas, nos permita recibirlas en armonía perfecta.
Érase que se era un pueblo muy pequeño. En ese lugar las niñas y los niños aprendían a dibujar en los caminos de las estrellas, a pisar la hierba con los pies descalzos, a liberar de los nidos del dolor a las iguanas de las alegrías, a deletrear la escritura de las hormigas en los cuadernos del bosque, a beber de los conocimientos de los adultos y a ofrecerles en retribución un vaso lleno de sabiduría propia de la infancia, a recibir alborozados la bandada de pájaros que llegaba con el verano y que con sus colores le ponía un sombrero de plumas al pueblo. Se encontraban de manos a boca con héroes, santos, fantasmas, máquinas voladoras, enamorados, fugitivos, libertadores y arcángeles, que acudían a cumplir tareas propias de la ciencia de la ternura. Las niñas y los niños de ese lugar aprendieron a esperar a Dios en una esquina del tiempo.
Érase que se era un pueblo muy pequeño. En ese lugar las niñas y los niños aprendían a dibujar en los caminos de las estrellas, a pisar la hierba con los pies descalzos, a liberar de los nidos del dolor a las iguanas de las alegrías, a deletrear la escritura de las hormigas en los cuadernos del bosque, a beber de los conocimientos de los adultos y a ofrecerles en retribución un vaso lleno de sabiduría propia de la infancia, a recibir alborozados la bandada de pájaros que llegaba con el verano y que con sus colores le ponía un sombrero de plumas al pueblo. Se encontraban de manos a boca con héroes, santos, fantasmas, máquinas voladoras, enamorados, fugitivos, libertadores y arcángeles, que acudían a cumplir tareas propias de la ciencia de la ternura. Las niñas y los niños de ese lugar aprendieron a esperar a Dios en una esquina del tiempo.
En aquél pueblo, el mes de diciembre era un agente viajero que descendía de un bus amarillo sosteniendo en las manos una maleta de cartón en la que traía las vacaciones, el sol y la Navidad. Y con la Navidad tuve la fortuna, cuando era un niño, de acercarme al pesebre más bello del mundo. A lo largo de la vida he conocido belenes diseñados de muy diversas maneras e inventados con una infinita variedad de materiales. Alguna vez vi un pesebre que era una pequeña isla que flotaba en un estanque, y otro hecho de pan, y uno invisible, muy hermoso, que había construído un niño ciego.
El pesebre más bello del mundo ocupaba la casa de una viejecita que vivía en compañía de dos hijas y un hijo, viejecitos también. En no pocas ocasiones los hijos parecían más viejos que la mamá.
Por lo general, los belenes se sitúan en un rincón, un espacio pequeño junto a la chimenea, una repisa, una parcela de la sala. El pesebre al que hago referencia cubría por entero los ámbitos de la casa. En el zaguán, patios, alcobas, salones, cocina, baños y terrazas y hasta en los antepechos de las ventanas y los arcones y las alacenas y los armarios se extendían y levantaban caminos de aserrín, lagos de espejos, cisnes y patos de celuloide, cielos de lienzo con nubes de estopa, gallos y gallinas de plumas naturales, pollitos de algodón, pastores y pastoras de trapo, ovejas, camellos y caballos de yeso, helicópteros de hojalata y camiones de plástico, montañas de piedra con algodón perpetuo en las cimas, cascadas de papel, soldaditos de plomo en formación de batalla, farolitos chinos, aldeas y ciudades de cartón, muñecos de todos los estilos, formas y tamaños, postales de tiempos y regiones lejanos, flores inmortales, pececillos de piedra, pájaros de barro, desiertos de arena blanca, palomas de paño, ranas de cristal, y un bombillo que permanecía encendido día y noche y que representaba la estrella de belén. Tres grandes reyes magos esperaban en la casa vecina el 6 de enero para poder entrar. La invitación a rezar la novena reunía en esa casa a niños y niñas que tenían la sensación de entrar en el baúl en que Dios guardó lo que le sobró de la creación del universo. Recuerdo que de la mano del asombro recorríamos el lugar, al encuentro de una nación de mariposas que ocupaba la pared, o de un dinosaurio que nos contemplaba desde lo alto de la escalera, y los ojos se iban detrás de un tren eléctrico que daba vueltas y vueltas alrededor de un país de cartón.
En el salón principal se alzaba el establo que nacería el Niño Dios. María, mientras tanto, reposaba en una alfombra de hierbabuena que las viejecitas y el viejito renovaban todos los días. Al lado de la Virgen permanecía José, y junto a ellos el burro y el buey. La cuna era un nido tejido con hilos resplandecientes.
El canto de la novena tenía para nosotros otra recompensa. Una ración de galletaschocolate. Esas galletas eran tan exquisitas que aún hoy permanecen crocantes en la memoria del cielo de la boca. Es probable que las viejitas y el viejito hayan creado, por primera vez en la historia y para gloria de la repostería, la página de esas deleitosas galletas de cacao.
En un milagroso día de mi infancia llegué a esa casa como un miembro más del grupo de niños y niñas que acudieron al llamado del tercero o cuarto día de la novena de Navidad. A todos nos sacudió una sensación extraña. La casa estaba sola.
No encontramos en ella a las viejitas ni al viejito. Sus ausencias eran inexplicables. Con la característica decisión de los chicos, emprendimos la búsqueda. De pronto una de las niñas dio un grito y, temblorosa, señaló un punto del salón. Nos agrupamos y con la vista seguimos la línea marcada por el dedo extendido de la niña. En el largo camino de aserrín avanzaban difícilmente las viejitas y el viejito. Habían disminuido de tamaño hasta hacerse pequeñitos, pequeñitos. Avanzaban, fatigados, hacia las alturas del pesebre. Ella llevaban canasticas rebosantes de galletas diminutas y él cargaba en las espaldas un barrilito de agua, la marcha era, para ellos, extenuante. Muy pocos se pueden imaginar cuán difícil es el viaje a través de una carretera de aserrín.
Por fin llegaron a lo alto del establo, y las figuras de madera de la Virgen, san José, el burro y el buey se animaron. Los dueños de casa pusieron al alcance de la Virgen las cestitas colmadas de galletas de chocolate. María –a pesar del hambre que debía de tener- las colocó en las manos de José en un gesto de divina amabilidad. San José –a pesar del hambre que debía de tener- se acercó al burro y al buey con el propósito de alimentarlos. Los animales –a pesar del hambre que debían tener- le rogaron a María que hiciera las primicias de la ofrenda. María se llevó a la boca una de las galletitas y, en el instante en que sus dientes le hicieron una media luna en la orilla, se produjo un resplandor que momentáneamente los encegueció. Momentos después vislumbramos a las viejitas y al viejito que habían recuperado su tamaño natural. Nos sonreían desde el otro lado del prodigio. Ellas y él colocaron sus dedos índices sobre los labios, comprometiéndonos, con ese gesto, al silencio.
- Ustedes son ahora parte de un milagro- dijo una de las ancianas
- Deben guardar el secreto hasta que sientan que puede ser revelado –dijo el viejo-
- A todos y cada uno de ustedes se les ha confiado un encargo –dijo mamá viejita.
- ¿Un encargo? –exclamamos en coro los niños y las niñas.
- Así es –dijo una de las viejitas-. No conocemos sus destinos. Ustedes lo averiguarán, si conservan la capacidad de entender la lengua de sus corazones.
Tarde o temprano descubrirán la manda –sentenció el viejo—Ocuparán habitaciones en la casa de la ciencia, o estarán al servicio de los viajes a las estrellas, o cultivarán la tierra para poblar de bosques los platos del hambre. Tal vez los esperan la música, la carpintería, un banco de relojero, el mapa de los vagabundajes, los perfumados hornos de la panadería, la difícil tarea de ser buenas personas, y no faltará el reclamo de las palabras y tal vez uno de ustedes está llamado a inventar historias y a escribir una nueva novena de Navidad.
La Navidad como tantas otras fechas que pueblan el calendario del corazón de numerosos seres humanos, siempre ha estado viva en el tiempo de la familia y el espacio del bienquerer. Su espíritu es desprendido, solidario, pródigo, generoso a manos llenas. Cuando me acerco a los pesebres procuro colocar al alcance de sus criaturas bebidas y alimentos, y cuando miro el mundo lo veo como un pesebre redondo que gira en el espacio. Y en ese nacimiento todos sus habitantes merecen una vida libre y digna, a los ojos del Niño Dios, María, José, el buey, el burrito y la estrella de Belén.
Los libros son como los árboles. Alguien o algo los siembra, y de pronto aparece el tallito de la historia y luego una hoja y poco tiempo después otra y otra y otra hoja, hasta que se cubre con el follaje de la poesía. En los árboles tienen cabida el viento, las flores, los frutos y los pájaros. En el tronco, las ramas y las hojas de los libros, el viento es la palabra, las flores el perfume y el color de las palabras, los frutos los lectores, y los pájaros el vuelo de la imaginación. La semilla lejana ha germinado. LOS NUEVE DÍAS Y UN DÍA, la nueva novena de Navidad que me encargó mi infancia, es ahora un árbol ocupado por el viento, las flores y los pájaros. El árbol estará siempre a la espera de los frutos.
LOS NUEVE DÍAS Y UN DÍA ofrece los brotes de nuevas plegarias, los cogollos de villancicos recién nacidos, la cosecha de un ritual familiar que se oficia en el altar mayor de la ternura. Sus textos pueden ser leídos de muy diversas maneras. A una voz, a dos voces, en coro, repitiéndolos, o distribuyendo sus renglones con entera libertad. Sus arrullos esperan la música que cualquiera desee darles, y el amor les abrirá las puertas a la elocuencia del silencio o a la sabiduría de la conversación. Los caminos conservados no se pierden ni nos pierden. La palabra verdadera crea cuando nombra y lo que somos como seres humanos ha sido el resultado de una larga, agitadas, azarosa y bella conversación. Hablar es escuchar. Y al escuchar al otro le ponemos música a la convivencia humana. En el aire de la conversación, nadie la hace daño a nadie.
Las ofrendas que propone la novena no sólo les rinden tributo a los símbolos que enriquecen la vida, sino que son también espacios en los que los miembros de la familia, los amigos, los conocidos y los desconocidos, que han acudido al llamado de la casa, tendrán la posibilidad de reconocerse en el encanto de los dones y de los abrazos.
A lo largo de nueve días y un día, la familia participa en las revelaciones propias del pan, del agua, de los guijarros, de las canciones del amor. En el segundo día de la novena –por ejemplo- se oficia con las flores. Una flor para cada persona. Ella es un símbolo de la alegría y de la opulencia consustanciales al cariño. Una rosa vale tanto o más que un diamante y en sus pétalos se encuentra escrita la historia de los dones. Un desconocido o una desconocida podrán recibir de nuestra parte el regalo de una flor y ese acto nos acerca entonces al jardín de Dios. En el séptimo día de la novena –verbigracia- la atención confluye en la pareja memoriosa de la casa. La abuela y el abuelo o, en su ausencia, el padre y la madre. Alguien pregunta que con qué canción se enamoraron, y entonces la familia entera canta ese bolero eterno y esa melodía que le fue propicia al bienquerer. Acto seguido, los demás traen a sus labios y a sus corazones los aires que los acompañaron en los enamoramientos, y los cantan. El séptimo día, entonces, es el escenario para un recuperado concierto del amor.
Esta novena, que en realidad es una décima, rescata un día más, de inmenso valor para la vida. Siempre tuve la sensación de que a las novenas tradicionales les hacía falta un pedazo de tiempo. Una nostalgia honda surge al día siguiente del nacimiento del Niño Dios, al desaparecer la posibilidad de contemplarlo en la otra página del amor navideño. Cuando nace un niño o una niña, hay una fiesta en el alma, pero el día siguiente es un espacio y un tiempo de especial significado.
La madre está dichosa y descansada, el padre aparece menos perplejo y los amigos menos ansiosos. Entonces alguien llega con pañales o con un oso de peluche, o con un sonajero que parece, por su transparencia, sus colores y sus cantos, una estrella de colibríes, y pone esos regalos en manos del bebé. A la madre le traen manzanas y al padre una botella de vino.
Una voz dice de repente que el niño se parece a la madre o que la niña es idéntica al padre o al abuelo. ¿Porqué renunciamos al décimo día y a la posibilidad de conversar con María y con José sobre los asuntos del parto, de felicitarlos y de paso acariciar al buey y al burro, de acercarnos a la sagrada familia y ejercer el oficio de estrelleros, de cantar con los pastores y de compartir con ellos el pan, la cebolla y el queso de sus zurrones y, de repente, temblar emocionados porque alguien dice que el Niño del pesebre se parece a la vida, a la paz y a la esperanza?
Entrego, por consiguiente, LOS NUEVE DÍAS Y UN DÍA, el encargo que hace muchos años puso la vida en las manos de mi corazón.
DÍA PRIMERO
Oración para todos los días
Consideración
María colocó sobre la mesa la montañita de harina para amasar el pan. Hundió sus manos en ella, y sus dedos percibieron el canto de los pájaros que tuvo la harina cuando era un trigal. Sonrió emocionada porque había sido capaz de tocar la música con los dedos.
De repente, también percibió el viento que vivió entre el trigal y el sol que se paseó entre las espigas y palpó el rastro suave que dejan en la noche los sueños de los panaderos.
En ese momento José llegó con unos leños para alimentar el fuego. Más tarde, María y José vieron salir del horno a los panes, que se remontaron como una bandada de palomas. Ella y él sonrieron, porque sabían que esas aves volaban ansiosas al palomar, situado en la mesa de los amigos.
Plegaria
Señor Dios:
Enséñame a descubrir el viento de la veda, el aire en que el tiempo ha escrito sus cantos, la brisa que sopla en el alma de los niños, la música que se cosecha en el árbol de las flautas y el aire de fiesta con que se viste el corazón de los enamorados. Permite que se cumpla en mí tu voluntad de hacer de todos los humanos, mamíferos con alas y deja que mi vuelo, corto o largo, se extienda en el inconmensurable cielo del amor. Amén.
Arrullo
Duérmete, niñito,
Que canta el silencio
Y en la noche clara
Vuela la avecilla de tu corazón.
Vuela hacia su nido,
Y ese nido es
La cálida cuna
De mi corazón.
Duérmete, niñito
Duérmete, al momento,
Que tú eres el ángel
De mis pensamientos.
Ofrenda de las pajaritas
En este día, los que se han dado cita alrededor de la alada presencia del pesebre intercambiarán aves pertenecientes a una bandada de pájaros de papel plegado, o echarán ala a pichones provenientes de los cielos de los dibujos, o recurrirán a pájaros modelados con arcilla o plastilina, o a volanderos tallados en madera, ramas que tal vez, en algún verano distante, compartieron con jilgueros y colibríes, el canto y el paisaje.
Las aves destinadas a esta ofrenda deben haber sido soñadas y elaboradas con nuestras propias manos. En el taller de los dones, nuestro esfuerzo personal inventa el vuelo verdadero. Y esa mano de obra es siempre hermosa. No importa que, para esta ocasión, el pájaro sea una mancha roja sobre la hoja de papel. Esa mancha es tan perfecta que, si la observamos con atención, descubrimos que son alas que han ascendido a la categoría de la rosa. Y el jilguero de arcilla –barrigón, con el pico torcido, con una pata más corta que la otra- es, a no dudarlo, tan bonito como el ave fénix, que resucita gracias al encuentro eterno entre la tierra y el agua. Toda pajarita de papel es la pulpa del árbol fiel al viento.
Las niñas y los niños chirriquiticos están autorizados para regalar palomas invisibles.
DIA SEGUNDO
Consideración
María escuchó golpes en la puerta. Acudió al llamado y descubrió en el umbral a un niño muy pequeño que tenía unas alas gigantescas.
-Soy el arcángel san Gabriel –dijo el niño.
María, estremecida, cayó de rodillas.
-Alégrate, mujer, llena de gracia. Dios está contigo- exclamó el arcángel.
María, sobresaltada, contempló sus manos, que se habían llenado de luz. Las palmas brillaban como espejos y en una de ellas se dibujó un pececillo de escamas aceradas.
-No temas, María –dijo el arcángel-. Has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir en tu vientre y a dar a luz un hijo y le llamarás Jesús.
-¿Cómo será eso, si no tengo trato con varón?
-dijo María.
-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo colocará su sombra en ti. Por esto, lo santo que nazca será llamado Hijo de Dios.
Hágase en mí según tus palabras –exclamó María.
El arcángel alzó el vuelo. Sus alas parecían abrazar los altos hombros del cielo.
Plegaria
María:
Madre de Dios, madre de la vida, mujer que amamanta las criaturas de la esperanza, luz que canta en la casa de la paz, muéstranos el plateado sendero dibujado por tus lágrimas y el dorado camino señalado por tu risa.
Madre de Dios y maestra sabia de todo lo que nace, te esperamos hoy y siempre en la escuela del mundo. Ansiosos miramos el pizarrón de las estrellas y aprendemos de ti el abecedario de la ternura. Amén.
Arrullo
En lo alto del naranjal
Vive el ángel del azafrán.
Paloma y clavel
Que ha venido el Niño
Y el ángel con él.
Ábranles la puerta
Y denles de beber agüita de luna
Refresco de miel.
En lo alto del naranjal
Vive la luna y salta el gato.
Maullidos de plata
Temblores de menta
Miedos de lagarto
Sueños de amaranto
Y un cascabel.
Que ha venido el ángel
Y el Niño con él.
En lo alto del naranjal
Vive el ángel del azafrán.
Paloma y clavel y tú vives con él.
Ofrenda de las flores
El día señalado, unos y otros se regalan con flores. Una flor para cada corazón. El oferente sabe que coloca en las manos del otro la lumbre y la fragancia. Entonces, lo que realmente se da es el azul, el amarillo, el rojo, el violeta, el verde y el naranja.
En este día se hace le presente de la luz, la primavera, las chispas del jardín del sol y el delicado aroma de las palabras de María.
Todos en el mundo, no importa su estado ni su condición, pueden acceder al tesoro de una flor. En el desierto, en medio de la guerra, en la orilla de un sendero pedregoso, surgirá siempre esa casita en la que habita la generosa familia de los colores. Los seres humanos, sin excepción, pueden tocar con confianza esa puerta de pétalos, con la seguridad de que siempre serán bien recibidos.
Las niñas y los niños chirriquiticos pueden donar las rosas de sus besos.
DIA TERCERO
Consideración
Las madres, en su interior, son el retrato del cosmos. El corazón es el sol y a su alrededor giran los planetas, las lunas, los luceros y los cometas de la sangre. En ese espacio estelar los bebés hacen sus primeros viajes. Ellas y ellos son astronautas heroicos que se aventuran en arriesgados y maravillosos juegos espaciales y desde las alturas descubren el costillar de las galaxias.
En ocasiones, alguno de los bebés desciende en una luna entrañable. Salta alborozado sobre su superficie y es entonces cuando la madre se lleva las manos al vientre y sonríe.
Los primeros paisajes que encuentran los seres humanos corresponden a mundos interiores. Sabemos que ese acelerado ritmo del corazón materno es el saludo a la luz que ha llegado. La luz trae un pájaro en el pico, toca la puerta de los días y le regala una abeja al panal de la vida.
A Jesús el sitio que, a la sazón, más le gustaba era un sol que se formaba en lo alto del corazón de María, en las ocasiones en que ella cantaba.
Plegaria
Amado niño Dios:
Tú nos enseñaste que cuando nace un niño nace de nuevo el mundo. El génesis se repite maravillosamente en el espacio estelar de la cuna, y una niña o un niño recién nacidos dan a luz los siete días de la creación, en el espacio y el tiempo de su corazón.
Ayúdanos a superar las horribles tinieblas que nos han impedido comprender que un niño maltratado es una lesión para la especie humana y que un solo niño con hambre nos conduce a la desolación.
La herida que se le inflige a un niño ulcera el espíritu de todos los seres humanos y no hay mayor dolor a los ojos de Dios que el que se le causa a la infancia.
Las niñas y los niños salvan al mundo porque, a pesar del dolor y del horror, no dan sus alas a torcer y con su bulliciosa y desatada sabiduría preservan la esperanza. Al fin y al cabo, las niñas y los niños son las velitas encendidas del ponqué del cumpleaños de Dios. Amén.
Arrullo
Vamos a jugar
A que tú eres la voz
Y yo el oído,
Tu la luz
Y yo los ojos,
Tu los labios
Y yo los besos.
Vamos a jugar
A que tu eres el grito y yo el silencio,
Tu la mar
Y yo la espera,
Tu el resplandor
Y yo la luna,
Tu el tiempo
Y yo la mandarina
Del tiempo.
Vamos a jugar,
Y como nos queremos tanto
Los dos sabemos que yo soy tú
Y tú eres yo,
Tu eres yo
Y yo soy tú.
Ofrenda de las golosinas
En vasijas de barro –es lo deseable- se acumularán confites, caramelos, manzanas de azúcar, pastelillos, alfajores, pellizcos de monja, turrones y bocaditos de la reina. Todos a una, en este día, le harán los honores a la confitería y se ganarán en ese instante, el paraíso del arequipe.
La naturaleza del dulce rebasa las artes del engarrapiñado y se explica por las amables propiedades del bienquerer. Son dulces los abrazos, las miradas de amor, las manos saludadoras de los compañeros y de los amigos del alma, la visión de una vaca que corre entre los bosques de leche, el sonido de la guitarra que se desliza desde una ventana, o la música de un piano situado en la sala de la luna.
Es dulce el arrullo de las madres y las palabras lechales de los niños, el canto de un pájaro que no sabe en qué madrugada se ha metido, la solidaridad con los que sufren, y el decidido trabajo de un suspiro que quiere ser rosa.
Las niñas y los niños chirriquiticos son caramelos y los cabellos del ángel que guarda la bombonera del mundo.
DIA CUARTO
Consideración
El emperador Augusto quiso conocer el número de habitantes de su imperio. Con el fin de hacer esas cuentas, ordenó a sus súbditos que se empadronaran en el lugar de donde eran originarios. Para el efecto, María, José y el niño Jesús, que estaba en el vientre de María, emprendieron el viaje a Belén.
El largo camino era una madeja de fatiga que devanó la lluvia, las tempestades de arena y los horizontes de la sed. En una ocasión acamparon a la sombra de un cedro. José inventó una hoguera y puso al fuego un recipiente para preparar una bebida caliente. La luz brotó entre el ramaje, y el árbol no pudo evitar su parecido a la luna verde. A lo lejos, el perfil de la cordillera tomó el aspecto de un perro gigantesco que le ladraba al cedro. José, entonces, cantó una canción de marineros.
La había oído por primera vez cuando era un niño y jamás la había olvidado. Su voz cálida y profunda dejó fluir los versos de la melodía que hablaba de la mar. La mar es la húmeda mano de dios y sus líneas nos conducen a los cinco puertos que de pronto se juntan y son un saludo, o se comban y son la imagen del mundo, o se unen sus puntas y entonces la mano es la rosa de los vientos.
Al día siguiente reemprendieron la marcha. El tiempo se les fue paso a paso. De sol a luna. De luna a sol Jesús, en el interior del cuerpo de su madre, percibió la fatiga de ella. Una mano invisible recortó de la oscuridad la figura de un burrito. María, entonces, viajó en el lomo de la noche.
Plegaria
Amado José:
Asístenos en el empeño de salvar la savia de la creación. Tú, que acariciaste la madera con tus dedos de pájaros y que aspiraste el perfume dorado de la viruta y que inventaste mesas, sillas, armarios, puertas y ventanas, con la intención de que el bosque habitara la casa de los hombres, ayúdanos a talar la codicia, a podar la mezquindad y la arrogancia, a erradicar la mala hierba del lucro, a conservar el aire puro y las aguas limpias, con el propósito de que el planeta Tierra conserve su sagrada condición de Taller de la Vida. Amén.
Arrullo
De las manos del niño
Salió la aurora,
Cara de espejo,
Sueños de tejedora
Hilos que unen la vida
Hora tras hora.
El niño indio
Desde su hamaca
Suelta la luna
Que revuela serena,
Redonda y clara.
Luna de la pregunta,
Redondel del reclamo,
Anillo que no encuentra
El dedo del tiempo
Ni el lugar esperado
Mano con mano.
De las manos de un niño
Salió el alpiste,
La avecilla y la hoja
Del árbol se lanzaron
Al mismo tiempo.
Por la veloz manera
Como las dos en el aire
Se sumergieron,
La hoja tenía más hambre.
Las niñas y los niños
Abren sus manos
Y de ellas salen
Una por una
Las lunas y auroras
De la ternura.
Ofrenda del pan
Todos en este día acudirán a la canasta que, como un sol de cestería, esparce su luz de olor a lo largo y ancho de la casa.
Todos toman con alegría los frutos del horno y celebran los esponsales de la masa y la saliva. La música corre a cuenta del chiquichaque de los dientes, y la lengua es un vestido de novia que se deshace en forma de suplicación.
La canasta es, por su gentileza, un pedazo de pan, y acoge sin distinción a los hijos de la harina. En su espacio encuentran asilo el pan candeal, el de la flor, el cenceño y el pintado; también el bizcochuelo, la galleta y el pan de maíz.
Aprendemos que el hecho de compartir de manera solidaria el alimento nos hace a todos harina del mismo costal.
Las niñas y los niños chirriquiticos, con su sola presencia, nos regalan el pan de amor de todos los días.
DIA QUINTO
Consideración
Los caminos no se acaban nunca. Van y viene. Se prolongan, bifurcan y renuevan en los pies del paisaje. Piedras, fango, almendrilla, son parte del tiempo que se abate sobre ellos en forma de lluvia, viento, frío o calor sofocante. La mirada quiere ir más rápido que el resto del cuerpo y se remonta una y otra vez con la ilusión de percibir el destino.
Los cascos del burrito caen acompasados y sacan sonidos hondos, como si alguien estuviera echando al vuelo una campana de tierra. María se protege del viento con un chal amarillo, y José bebe un largo trago de agua que, al bajar por su garganta, canta una melodía de menta y plata.
-Estamos cerca- dice José. Y eso es lo que han dicho siempre los caminantes, aunque sepan que están muy lejos.
De repente un león les sale al paso, y José, valerosamente se enfrenta con la fiera. María tiembla, aferrada al cuerpo del burrito. Súbitamente el león escucha una voz que proviene de lo alto, y su melena se puebla de palomas. Su piel se vuelve de agua y en sus flancos se adivinan siluetas de tortugas y delfines. Finalmente el león se echa sumiso a los pies de María.
Plegaria
Hermano buey, hermano asno, hermanas luciérnagas:
Criaturas que, en nombre de las criaturas, tuvieron el privilegio de ser inquilinas del pesebre, dennos el don de la ciencia que se puebla de repente con un sol de mariposas, o que se atavía con el vestido perfecto de un tigre que se asoma tras la puerta de una floresta.
Confíennos el secreto de sus ausencias de rencor, de su avidez por la existencia, y de la milagrosa gracia con la que a lo largo de los siglos han levantado la serena arquitectura de sus sangres. Con sus tercas y espléndidas presencias permitan que los hombres comprendan que son socios de las plumas, las antenas, las garras y los cantos y que, si se extingue de manera injusta una nación de animales, desaparece con ella una familia de los sueños humanos.
Y por favor, hermano buey, hermano asno, hermana luciérnaga, hermanos animales, enséñennos –a los hombres, mujeres, niñas y niños- a ser tan inteligentes y leales a la naturaleza como lo son ustedes. Amén.
Arrullo
Duérmete, mamá
Duérmete, papá.
Esta noche quiero
Desde mi cuna
Cuidar la orilla
De sus amores.
Árbol de la vida,
Flores de la gloria
Y flores de la pena,
Jardín del tiempo,
Agua de abril,
Viento de agosto,
Sol de septiembre,
Luna de enero,
Jardín del tiempo,
Desde mi cuna
Lo veo pasar.
Duérmete, mamá
Duérmete, papá,
Que mientras yo velo
Nada malo les va a pasar.
Duérmete mamá,
Duérmete papá.
Ofrenda de los libros
En este día, nos esperan los libros. Ellos son fauna, flora, asombro y obra de la palabra humana. Algún relato tiene forma y movimiento de caballo, y de repente sentimos que nos hemos montado en un cuento que galopa a lo largo de una pradera de páginas. En otras ocasiones llegamos a una oscura ciudad de palabras y vagamos desolados y tristes, hasta que, provistos con la llave de una frase, abrimos la puerta de un capítulo y entramos en una casa conocida en la que nos ofrecen café y consuelo.
A veces nos sentamos a la sombra de un árbol de versos y somos tan afortunados que de repente nos cae una manzana en medio del corazón.
A ciertas alturas cruzamos la noche en un avión que nos conduce a un lugar desconocido y aterrizamos en una hoja en la que alguien está pendiente de nuestra llegada.
Los mejores libros son los libros que amamos y, esta noche, los que han acudido al llamado colocarán en las manos de quienes los acompañan los libros destinados a la ofrenda, y ese acto se convierte entonces en una página en la que los parientes y las parientas, lasa amigas y los amigos, al leer y amar la poesía, escriben a su vez una página de la historia del nacimiento de un Dios Niño en manuscrito de Belén.
Las niñas y los niños chirriquiticos son los poemas y los cuentos escritos con las plumas del corazón humano.
DIA SEXTO
Consideración
Las calles de Belén están colmadas de viajeros. En el albergue público no hay sitio disponible y, alrededor de la cisterna, en el gran patio cuadrado, a duras penas se acomodan los camellos, los caballos y las mulas.
María siente que su cuerpo es un vaso lleno de agua hasta los bordes, en el que flota un grano de trigo. Una mujer pasa a su lado y, al percatarse de su estado, ese le acerca y pone en las manos de María un ramito de flores silvestres. La luna ilumina el regalo, que se deshace y como un atado de luz asciende al cielo. Algún día o alguna noche, alguien descubrira en la luna un maravilloso jardín de flores de arena.
Un hombre bondadoso les ofrece un establo. José y María lo ocupan con humildad y alegría. En el fondo de la cueva permanece un buey. El animal huele a jazmines, y pronto descubren que posee la facultad de cantar como lo hacen los pájaros.
Plegaria
Apreciados pastores y pastoras:
Les rogamos que compartan con nosotros la certidumbre de que el sol se gana la vida en el taller de la luz, y que de la luna obrera se desprende el balance de un planeta ocupado por las fatigas y las ilusiones.
Nos hemos enterado de que el señor Dios los espera siempre en los abrevaderos y que en retribución a su honradez les permite beber estrellas como si fueran agua.
Una pastora que ocupa siempre la parte izquierda del pesebre, y que apacienta sus ovejas de trapo en las orillas de un lago de espejo, le dice a quien quiera escucharla que el señor Dios cuando, por razones o sin razones que sólo Él comprende, es afectado por el insomnio, en vez de ovejas cuenta pastores, y presto los corderos el sueño arropan sus divinos ojos.
Los pastores y los humildes de la tierra son exaltados por Dios para ocupar hoy y siempre las altas praderas de la gracia. Amén.
Arrullo
Arroz sin leche,
Pájara pinta
Sin verde limón,
Rueda rueda
Lejos de los caminos
De clavo y canela.
Un niño en la calle
Abandonado y solo,
Arroz sin leche
Pájara pinta
Sin verde limón.
Todo duerme en derredor.
A la nanita nana,
Nanita nana, nanita ea,
El niño tiene sueño
Y está con frío
El niño tiene heridas
Y es perseguido.
Señora santa Ana,
¿Porqué llora el niño?
Por un corazón que se le ha perdido.
Dulce Jesús mío, mi niño adorado,
¡ven a nuestras almas!
¡ven, no tardes tanto!
Ofrenda del agua
En este día, todos recibirán amorosamente un vaso de agua.
Dios dijo:
-Hágase la luz- y apareció el agua.
Lo que vive es gota, nacedero, corriente, río, mar, nube, gota, nacedero. Por dentro somos casas de agua, y el alma es un líquido temblor de los aguaceros de Dios.
El mundo en los días de fiesta luce un sombrero de agua, y esa prenda es su más preciada y frágil belleza.
Cuando una pareja humana se encuentra en el amor, llueve sin descanso en las arenas de la vida. Entonces, en las vísceras y a lo largo de la sangre, brotan hierbas resplandecientes, crecen bosques palpitantes y, en las colinas de los huesos, los coyotes de la esperanza le cantan a la luna del corazón.
Las niñas y los niños chirriquiticos son el arca del agua de la eternidad.
DIA SEPTIMO
Consideración
Un pastor canta y el cielo se puebla de luciérnagas. Las luces verdedoradas parecen chispas que la voz le saca al pedernal de la noche. José coloca un jazmín en la cabellera de María y, en ese instante, si un viajero interestelar quisiera encontrar al planeta Tierra, lo hallaría gracias al resplandor de su perfume.
María cose unas camisitas de seda. Ella mira la tela como si ésta fuera una carta en la que la aguja escribe gracias al maravilloso alfabeto dibujado por el hilo.
La canción del pastor se encuentra con la canción de una pastora y las dos voces, entonces, se mudan a una casita de aire.
María sueña que es una estrella. Al despertar, la ve en lo alto del firmamento. La estrella se percibe en todo su esplendor, de día y de noche, porque, en lo más profundo del universo, una estrella sueña que es María.
Plegaria
Venerado Juan el Bautista:
Del árbol de la vida cosechaste el fruto del deseo sagrado y desde el vientre materno –como todos los niños- eras pregunta, camino, asombro y revelación.
Alguien toca la puerta con dulzura. Tu madre Isabel acude al llamado, y en el umbral está María. Tú y Jesús, desde los vientres de sus madres, se saludan de manera regocijada. Entonces, Isabel, estrechando a María entre sus brazos, dice:
-Tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Gracias, Juan, por tu voz que clama en el desierto, pro el agua lustral que esparcen tus manos desde el río Jordán de tu alma, y gracias por la lección de la alegría que siempre proporciona el encuentro con los amigos entrañables. Amén.
Arrullo
Este dedito se puso a llorar
-plañidero llorador-
este otro lo consoló
-bálsamo quitapesares-
éste es uña y carne
del dedo atribulado
y entonces muy de la casa
estuvo a su lado.
Éste lo acarició,
Sana, sana, dedito de rana
Que si no sanas hoy
Sanarás mañana.
Y este dedito gordo,
Orondo y carirredondo,
Sonrisueño e ingenioso,
Desternilló de la risa
Al dedito llorador.
Y esta mano abierta,
Temblando y calacallando
Te acarició.
Ofrenda del canto
Todo hogar posee un manantial del aire. Es una canción que formó parte del encuentro de la pareja humana y de lo armonioso del enamoramiento.
En este día, los que forman el coro familiar de la cita con el Niño, con María, con José y con la estrella de viento, entonarán, inicialmente, el canto que unió a la pareja de la que descienden los demás.
Recordarán esa canción que fue colocada en su momento en el caracol de la oreja, gracias a las artes del susurro de la serenata. Acto seguido, unos y otros averiguan por las canciones que llegaron con el amor sonoro y todos a una –letra y música- las rememoran.
El coro de la familia bebe, entonces, el vaso de la música que la ternura ofrece a los que deciden ser dos en uno cuando entonan el concierto del bienquerer.
Las niñas y los niños chirriquiticos son la clave de sol del canto.
DIA OCTAVO
Consideración
Algo grandioso está por suceder. En las ciudades se abrieron talleres para reparar sueños estropeados y muchos decidieron abrazar la profesión de los saludos. El oficio de los saludadores consiste en llegar de manera incondicional y solidaria, a conocidos y a desconocidos, con una voz de aliento y con una manifestación permanente de buenos deseos.
También les fue posible a los niños tener algunas cosas que previamente habían dibujado con creyones en las hojas de los cuadernos. El que quería un gato –por ejemplo- lo dibujaba primero, y al instante oía el ronroneo sedoso del minino y veía su cola en alto como un signo de interrogación. Con ese procedimiento, algunos padres descubrieron a sus hijos y no pocos fantasmas del dolor y del miedo cambiaron de vida y accedieron a la categoría de buenas personas.
Empezó a crecer también el prodigio de escuchar. Sin poderlo evitar, hombres y mujeres escucharon a otros hombres y mujeres y se sorprendieron con los acercamientos.
A lo largo y ancho de la tierra, las niñas y los niños recién nacidos, desde sus cunas dejaron oír el milagro de las palabras. Las pronunciaron e inmediatamente volvieron a sus gorgoritos y gorjeos. Los adultos, casi sin excepción, no daban crédito a sus oídos y creían que lo habían soñado. Pero ninguno de ellos pudo olvidar aquella voz. Los bebés, en ese momento, habían exclamado:
-El Mesías está por llegar ¿No escuchan sus golpes en la puerta de la casa de los hombres? Él nacerá y morirá y nacerá, para que la esperanza no perezca jamás sobre la tierra.
Plegaria
Esperado san Nicolás:
Capitán de un carro de nubes, artesano de los sueños, desciendes en la noche como una luna roja que ríe. En tu huerta de hielo cultivas las hierbas medicinales del silencio. Una flor de escarcha cura la tristeza y los pirulíes de carámbanos azucarados nos liberan del desconsuelo.
En tu taller polar has accedido a la perfección de los juguetes. Sabes que una simple muñeca de trapo nos puede enseñar a amar lo hermoso del mundo y que un pequeño camión de madera, en las manos de un niño, puede transportar para siempre la primavera.
Damos gracias a tu presencia que nos regala la Navidad de tierra fría, adornada con las canciones de hielo que viven para siempre jamás en el corazón tibio de la infancia.
Arrullo
Gotas que nacen
una por una,
lluvia que borra
paisaje y luna.
Nube que pasa,
Miedo que queda,
Odio que cruje.
Aguaviento que moja
Los pensamientos.
Afuera,
Violencia y pena.
Adentro,
Un niño que mira
La faz materna
Y los manantiales
Del sentimiento.
El niño entonces
Inventa los parallantos.
Dos sombrillitas negras
Sobre las cuales
Caen las lágrimas
Una por una.
Sonríe la madre,
Cesa la lluvia
Y en lo alto del cielo
Nace una estrella
Sonora y pura.
Y de la estrella
Proviene un canto:
“Gloria a Dios en lo alto
y en la tierra paz,
y de buena voluntad
para los hombres”
Gotas que caen
Una por una,
Noche que pasa,
Vida que queda.
Ofrenda de los guijarros
Todos les regalarán a todos, en este día, una piedrecilla. Pequeña, gris, modesta. Piedrecillas que nacen en la orilla del río, en algún lugar del parque, a la vera de una calle polvorienta, en el patio de la escuela.
Las piedrecitas son las gotas de sudor del planeta Tierra que viaja en medio del pedregal de las estrellas. Ellas son los redondeados y minúsculos retratos de nuestra casa cósmica y a la vez son las cuentas del inmenso collar de la creación. Por esta razón, cuando alguien le da a otro, de manera grata, una piedrecilla, le está entregando un presente que bien puede tener 46 centenares de millones de años, ya que ésa, probablemente, es la edad de la Tierra. Pero cuando es un niño que ofrece el guijarro, lo más seguro es que está entregando el mundo con sus aguas, montañas, aldeas, mares, desiertos, ciudades. Y si el que recibe el don de la piedrecilla la observa amorosamente, es posible que perciba la imagen de un velero en el mar de las Antillas, que escuche el canto de una muchacha esquimal y el fragor de una ciudad africana y, en el borde de la esfera, tal vez vislumbre la mota brillante de una nave espacial.
Las niñas y los niños chirriquiticos son las piedras preciosas que Dios guarda en el joyero del paraíso.
DIA NOVENO
Consideración
Sol de la vida, botón brillante de la camisa de Dios, ojo de buey del barco del cielo, moneda de oro de la bondad. El raudal de tu luz fertiliza los cantos, nos ayuda a caminar sobre las aguas de los pensamientos, apoya nuestra larga marcha en los caminos del crecimiento.
Un día llegará la aurora y encontrará la casa limpia. Un día te ofreceremos la paz para adornar tu mesa. Un día, lejos de la violencia, llegará la aurora y el sol sabrá con alegría que esa luz no le pertenece totalmente. Otro resplandor salva a la Tierra cuando brillan los soles de todos los seres humanos que se aman. De repente un sol nuevo ilumina el cuerpo del mundo y nace el Niño Dios.
Plegaria
Estrella de Belén:
Apareces en el mapa de los milagros con el propósito de mostrarles el norte a las frágiles naves de los sueños. Tu luz es una mano que señala el encuentro con un niño recién nacido, y él nos salva porque en su sangre titilan los luceros de la verdad.
En las oscuras noches del hombre floreces como un candil encendido en la puerta de la casa de la vida.
Luz pensativa, alto temblor iluminado, ojo amoroso que contempla a los hombres, mujeres y niños. Ellas y ellos son afortunados si han mantenido la transparencia de sus almas. Caminan entonces por los valles del cosmos, y sienten que las estrellas crujen bajo sus pies, como las hojas secas de la salvación. Amén.
Arrullo
El niño ha nacido
Y no tiene cuna.
María lo arrulla
Y José le canta,
El Niño ha nacido
Y de toldillo
Tiene la bruma.
La colcha es de paja
Y de rocía los confiticos,
El manto de soplillo
Lo ha inventado el generoso vaho
Del buey y el burro.
El Niño ha nacido
Y no tiene cuna.
José carpintero
Le hace a Jesús
La cuna necesitada.
Es un mueble bonito,
Es una camita resplandeciente.
Tiene vaivén de nardos
Y un balancín de brisa
Y un cascabel que canta
En lo alto del capitel.
José le ha hecho
Al Niño amado
Una maravillosa
Cuna de viento.
Ofrenda de la memoria
En una caja de cartón decorada con mil motivos, se tienen a mano hilos y cordones de variados colores, con el propósito de tomar uno de ellos y hacer un nudo alrededor del dedo, como recurso de la recordación.
Toda criatura posee la isla de un recuerdo que la salva de los naufragios del olvido, y en la vida de todos los días es elegida para el encargo de algo que debe hacer y que a menudo es simple y aparentemente sin importancia.
Con los cordones de colores anudados en los dedos retornaremos a casa, con la manda humilde que nos han hecho los que nos aman y sabremos entonces que un modesto nudo ciego nos coloca en la hoja memoriosa de la felicidad.
Las niñas y los niños chirriquiticos son los hilos inolvidables que lucen los dedos de la mano del tiempo.
DIA DECIMO
Consideración
María susurra una nana. José va al pozo por agua y regresa con un cántaro lleno de destellos. El niño, de un día de edad, como todos los recién nacidos, llora cantando y canta llorando. Entonces, María, como todas las madres, coloca su corazón en los labios de su hijo, y lo alimenta.
Las figuras del pesebre se preparan para el eterno regreso. Las ovejas de plástico, las casas de cartón, las pastoras de trapo, las lagunas de cristal, revelan la dulce fatiga de la espera. Muy pronto un tren un tren de madera deshace el camino y un camello se aprovisiona para un año de ausencia y se bebe un río de papel celofán. La estrella de vidrio ascenderá a lo alto del corazón de todos y cada uno de los habitantes de la casa. Y si ellos son dignos de gracia, sabrían que un pesebre de todos los días se construye todos los días, en la colina del alma.
Plegaria
Apreciados Gaspar, Melchor y Baltazar:
Gracias por enseñarnos que el oro, el incienso y la mirra fueron pretextos para que, fieles a su ejemplo, conociéramos la magia de sus dones.
Ustedes afirmaron que el regalo verdadero rebasa al objeto que se da, porque lo que el obsequiador coloca en las manos del obsequiado es su propio corazón y que el más poderoso de los seres humanos no es el opulento sino aquel que se desprende del tesoro de su amor, y que cuando un enamorado hace el presente de la rosa, es él quien se entrega con el caudal de sus pensamientos.
En la memoria de hombres mujeres y niños, cabalgarán para siempre los reyes regaladores, y delante de ellos vislumbraremos a Dios que, infinitamente bondadoso, nos hizo el sagrado aguinaldo de su hijo. Amén.
Arrullo
Una hormiguita vestida de gris
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de añil
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de dril
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de tul
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de azahar
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de beso
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de uva
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de pan
Salió presurosa a buscar la paz
Otra hormiguita vestida de sol
Salió presurosa a buscar la paz
Y otra hormiguita vestida de paz
Salió presurosa a buscarte a ti
Ofrenda de las ofrendas
Hay un sitio en el corazón que no siempre visitamos. Algunos desconocen su existencia y muchos llegaron a él pero se alejaron y no volvieron jamás. Otros, sin embargo, han levantado en ese lugar su casa. Hogar de puertas abiertas, en él se alojan toda luz y todo el temblor del mundo. Allí también tienen un plato en la mesa el señor de los anhelos, la niña de la risa y la severa señora de las lágrimas.
La ofrenda de este día está en las manos del dueño de casa. El señor Amor. Si lo deseamos, él pondrá a nuestra disposición toda su riqueza, y en ese caso salimos a la vida colmados del tesoro de la ternura, el bienquerer, los buenos deseos, los abrazos, las caricias y los besos.
Esta noche y todas las noches, este día y todos los días –simplemente- a los encuentros, despedidas, abrazos, esperas, contradicciones, nacimientos, silencios, distancias, o dificultades, se les agrega –simplemente la frase: “Yo te amo”.
“En verdad, os digo, que sólo aquellos que son como las niñas y los niños chiriquiticos, entrarán en el reino de los cielos”.
AUTOR:Jairo Aníbal Niño
Editorial Panamericana. Colombia
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